“Aquí estoy”: El testimonio de un rescatista scout a 40 años del sismo de 1985
Isabel Suárez/N+
40 años después, Juan Carlos recuerda cómo fue el rescate de decenas de víctimas del terremoto.

Sismo de 1985. Foto: Cuartoscuro
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“¿Hay alguien aquí?”. Juan Carlos pronuncia esas palabras con una clara emoción que se nota en sus ojos. La pregunta lo remonta a unos de los días más duros en su vida. Y las respuestas también: “Aquí estoy… aquí estoy”.
Han pasado casi 40 años desde el devastador sismo que sacudió a la Ciudad de México el 19 de septiembre de 1985, pero para Juan Carlos Pérez Cruz, entonces un joven scout y socorrista de la Cruz Roja de solo 18 años, cada recuerdo sigue vivo, intacto, crudo.
Hoy, con voz quebrada y mirada lejana, revive aquellos días donde, entre ruinas, cuerpos y esperanza, surgió una nueva forma de ciudadanía, de entrega… de humanidad
El día que tembló todo
Jueves, 7:19 de la mañana. Juan Carlos aún debatía si levantarse o no. Tres jalones de la tierra lo sacaron de la cama:
“En el segundo dije: ‘Ah, caray, esto está difícil’. Y en el tercero, si no me agarro, me voy al piso”.
Lo que siguió fue un concierto de ambulancias. De caos. De llamadas urgentes. Junto a sus compañeros scouts, se dirigió a su local en Parque Centenario para organizar la ayuda. Pero antes de llegar, una escena lo marcó: una camioneta accidentada y una llamada a la Cruz Roja.
“Llévatelo como puedas y a donde puedas. Menos al Hospital Juárez. Menos al Centro Médico. Porque se cayeron.”
Juan Carlos dice que esa frase vive fresca en su memoria. Palabras que duelen, que advierten, que alertan. En ese momento, entendió que México estaba bajo una emergencia.
Hospital Juárez: el epicentro del horror y la esperanza
El edificio había colapsado. La ciudad parecía bombardeada.
“Le pregunté a un trabajador cuántos pisos tenía el edificio. Me dijo: ‘Ahí donde estás parado, era el cuarto nivel’”.
Con su complexión delgada y su entrenamiento scout, Juan Carlos se metió entre los escombros. Y entonces gritó: “¿Hay alguien aquí?”
“Inmediatamente empecé a escuchar voces por todos lados: ‘Aquí estoy, aquí estoy’. Una más fuerte me decía: ‘Aquí estoy yo, frente a ti, te estoy moviendo mi dedo’. Era un dedo gordo del pie derecho. Era una enfermera… Creo que se llama Esperanza. Espero que se llame Esperanza”.
Pero rescatarla no fue sencillo. Para llegar a ella, tuvieron que remover los cuerpos de dos personas que murieron abrazadas.
“El reloj de uno de ellos todavía funcionaba…”
Ahí Juan Carlos se quiebra, pide parar unos minutos la entrevista y tomar un respiro.
Pese al dolor, logró rescatar a cinco o seis personas de ese mismo punto. Otras no tuvieron la misma suerte.
Cuerpos en bolsas y una segueta en mano
El rescate no terminó ahí. En otros puntos de la ciudad, la escena era igual de estremecedora. En Televisa, en la colonia Roma, en Río de la Loza...
“Nos pidieron ayudar a bajar unas bolsas del camión para llevarlas al estacionamiento de la alcaldía Benito Juárez. Tomé una. Sentí algo muy blando, como agua. Le pregunté al policía qué era. Me dijo con la cara: ‘No preguntes’… era un pedazo de cuerpo humano”.
En otro caso, se tomó la decisión de amputar el brazo de una persona atrapada bajo una losa.
“Un plomero me dio una segueta. Y yo… yo corté el hueso. Esa sensación, al día de hoy, cuando corto fibra de vidrio, vuelve”.
15 días de rescate. Una vida de secuelas
Fueron dos semanas intensas, sin descanso. Y sí, dejó marcas profundas.
Juan Carlos estudia hoy un doctorado en Protección Civil. No es coincidencia, dice. Un amigo psicólogo le ayudó a entender que su vida tomó ese rumbo porque su alma seguía buscando sanar.
Pero no todo fue dolor. También hubo humanidad.
“Para movernos de un lugar a otro, bastaba con pararte en una esquina y alguien te llevaba. Siempre hubo comida. Siempre hubo ayuda”.
Meses después, durante el desfile del 20 de noviembre, un locutor los reconoció:
“Aquí vienen cuatro heroicos scouts…” Y entre los aplausos, una mujer se salió de la valla, lo abrazó y le dijo:“Gracias muchachos, ustedes me salvaron”.
Juan Carlos se detiene, respira hondo.
“Obvio no fui yo. Fuimos millones. Millones de personas que hicimos lo necesario. Y ojalá las nuevas generaciones no olviden que siempre hay oportunidad de hacer algo por el prójimo…”
Mientras se recarga en una columna, se seca las lágrimas. El eco sigue ahí, 40 años después.