La Travesía de Ángel: Cuando el Transporte Público Excluye a las Personas de Talla Baja

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Andrea Vega | N+

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Subir al metro, cruzar una calle o alcanzar un tubo puede parecer simple, pero para Ángel, de talla baja, son desafíos diarios dentro del transporte público en una ciudad que no piensa en todos.

Ángel lidia con los pasamanos demasiado separados para él.

Ángel lidia en el transporte público con infraestructura que no está adaptada a su tamaño. Foto: Alexa Herrera | N+

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El sonido del tren acercándose retumba en los pasillos del metro. La gente se acomoda, se tensa, se empuja. Las puertas del vagón se abren y comienzan a descender los pasajeros. Una mujer, que ha quedado rezagada, se abre paso con prisa. No le importa a quién atropelle para bajar. En su camino está Ángel Vázquez, un joven de talla baja de 22 años que intenta abordar para llegar a la universidad. La mujer lo empuja sin voltear a verlo y lo deja fuera. Tendrá que esperar otro tren.

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No es la primera vez que le pasa, ni será la última. En una ciudad donde todos corren, moverse con una discapacidad —como tener talla baja— es una odisea. Cada viaje es una batalla. 

“Lo más difícil para mí de usar el transporte público es entrar al metro”, cuenta. “Aunque trato de irme hasta el último vagón, muchas veces viene lleno y la gente no me deja pasar. Tengo que esperar otro tren, y es frecuente que llegue tarde a la escuela”.

Este lunes y hora pico. Ángel logra abordar en su segundo intento. Por suerte, el metro no viene atiborrado. Cuando sí lo está, apenas puede respirar entre los torsos de la gente y no alcanza a ver en qué estación va. A veces se baja una antes o una después, y tiene que volver a luchar por subir.

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Ángel tiene acondroplasia, una de las más de 450 displasias existentes, un término médico que agrupa alteraciones en el crecimiento de huesos, tejidos u órganos. Las personas con acondroplasia suelen tener brazos y piernas cortos, cabeza grande y tronco de tamaño promedio. Esta condición puede ser hereditaria, pero casi siempre es producto de una mutación genética. En el caso de Ángel, él es el único con talla baja en su familia.

¿Cuáles son los principales obstáculos en el transporte público para las personas de talla baja?

La aglomeración en el metro, dice Ángel, es uno de los principales obstáculos para tener una movilidad justa. “Debería haber un vagón destinado para personas con discapacidad, pero no lo hay”, lamenta.

Arriba ya del vagón, en su traslado hacia la escuela, se queda parado en el pasillo del centro. Nadie le cede el asiento, pese a que la condición de talla baja está considerada una discapacidad y hay asientos reservados. 

Para no caerse, se sujeta de un tubo que le queda muy grueso para sus manos pequeñas y redondas. Se agarra con la firmeza que puede y saca su celular para entretenerse mientras viaja de la estación Villa de Cortes a Normal, en la Línea 2. 

Ángel en el andén del metro esperando subir al vagón. Foto: Alexa Herrera | N+

Ángel va a una universidad pública ubicada en Parque Ceylán, al norte de la Ciudad de México, donde estudia la carrera de Turismo. Para salir del metro, las escaleras son otro desafío. Sus piernas pueden subir sin forzarse hasta 15 centímetros, pero la mayoría de los escalones mide 20. Eso le exige un esfuerzo mayor y constante.

Pero el camino de obstáculos de Ángel comienza antes del Metro. Debe caminar casi medio kilómetro desde su casa a la estación más cercana, Villa de Cortés. 

Cada dos pasos de Ángel equivalen a uno de una persona de estatura promedio, cualquier trayecto le demanda el doble de tiempo y esfuerzo. A eso se suma el mal estado de las banquetas, los desniveles pronunciados y la ausencia de rampas. Muchas aceras tienen escalones demasiado altos, mucho más de los 15 centímetros que él puede subir con facilidad.

A Ángel el escalón de los microbuses le queda muy alto.
Bajando del microbús. Foto: Alexa Herrera | N+

Pero Ángel se hace ameno el camino saludando a los vecinos y locatarios de la zona con los que se va topando a su paso y que lo han visto recorrer las calles por años, solo o acompañado de su mamá o de su abuela 

Apenas tiene dos años que hace solo sus traslados, antes ellas lo acompañaban a todos lados, en especial su mamá, que tenía que ajustar su horario y pedir permisos en el taller de costura donde trabaja. “Afortunadamente han sido comprensivos y hemos podido ajustarnos”, dice Ángel. 

Muchas personas de talla baja viven dependiendo de otros, no por falta de autonomía, sino por la inaccesibilidad del entorno.

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En México está en proceso de aprobarse la disponibilidad en las instituciones públicas de un tratamiento que permita a las personas con esta condición crecer algunos centímetros, pero solo puede administrarse hasta alrededor de los 18 años o cuando los huesos dejan de crecer. “A mí ya no me va a tocar, pero espero que ayude a los que vienen”, dice.

Los cruces de las calles y avenidas son también un reto, los semáforos a veces no duran lo suficiente para que con sus pasos cortos pueda alcanzar la banqueta antes del cambio de luz. Lo otro es que los conductores de camiones o tráilers muy altos no alcanzan a verlo, y podrían atropellarlo. 

Por eso Ángel, aunque le gusta salir, lo hace solo si es necesario. “Sí me gusta andar afuera y conocer gente, me encanta, pero por todos los retos que implica cada trayecto sí me lo pienso”.

Miradas incómodas en la calle y el transporte público

A los retos logísticos de los traslados se suma la incomodidad de las miradas de la gente. Quienes no lo conocen lo ven con curiosidad o “con morbo”, dice Ángel. “Sí es cansado que se te queden viendo, de hecho una de las cosas difíciles de tener una pareja o amigos es que tienen que aguantar el morbo de la gente”. 

Ángel, que no disimula su carácter alegre y dicharachero, se pone serio en este punto de la charla. Explica que, entre los obstáculos físicos y las miradas constantes, muchas personas de talla baja prefieren quedarse en casa, y con ello, abandonar sus estudios o trabajos. Según cuenta, la mayoría no pasa de la secundaria.

También lamenta que, incluso para quienes logran continuar su formación, el acceso a puestos de alto nivel sigue siendo muy limitado. “Hoy no vemos ningún director de empresas de talla baja, y tenemos toda la capacidad cognitiva para cualquier puesto”, afirma.

Por la falta de oportunidades, dice, muchas personas de su comunidad se han dedicado —y siguen haciéndolo— al burlesque, como él lo llama. Aunque respeta esa elección, insiste en que es urgente abrir espacios para que puedan desarrollarse en todos los ámbitos y ocupen los lugares que les corresponden.

Para Ángel es un desafío cruzar las calles, por sus pasos cortos que no le permiten llegar rápido a la otra acera. Foto: Alexa Herrera | N+

Después de recorrer diez minutos a pie y tomar el metro hasta la estación Normal, Ángel tiene que tomar un microbús. Ahí un nuevo desafío: la subida. El primer escalón de estos vehículos suele medir hasta 30 centímetros. Y ahí está él, peleando con esa altura para montarse al vehículo.

“Lo bueno es que lo tomo en la base y no tengo que apresurarme tanto pensando que vaya a arrancarse y yo no alcance a subir. Pero de regreso sí me toca tomarlo en una esquina y ahí sí se me complica”. 

Ángel siempre desciende por enfrente del microbús, para que el conductor pueda saber que va a bajar, el timbre con el que el resto de los pasajeros anuncia su bajada no lo alcanza y, además, el chofer se puede arrancar cuando él aún está en el descenso. Otra vez, si hay aglomeración todo se complica. 

“Quiero luchar por los derechos de los discapacitados”

Él quería estudiar gastronomía, dice que ama comer y conocer de la cultura culinaria de México, pero es una carrera cara. “Yo no tengo los recursos para costearla, así que elegí turismo, que incluye algo de gastronomía”.

Pero en esa materia que él ama tanto es en la que tuvo muchos problemas. De hecho dice que la universidad ha sido la etapa escolar con los mayores retos en accesibilidad, porque mientras en primaria, secundaria y preparatoria tuvo bancas adaptadas a su fisonomía, en la escuela donde está ahora, y de la que prefiere omitir su nombre para evitar represalias, nada está adaptado para personas con discapacidad, así que lidia con los escalones, con las bancas y las mesas altas.

“En gastronomía teníamos que trabajar en una barra alta, así que me traje de mi casa un banquito para alcanzar, así estuve un tiempo, pero después me dijeron en la escuela que ya no podía traerlo porque se me podía voltear y caerme, les dije que entonces pusieran un banco largo, pesado, que incluso les sirviera a los demás compañeros, me dijeron que no había presupuesto”. 

Ángel tiene claro que hay cosas que tienen que cambiar, y quiere participar en los cambios, quiere hacer política, en un país sin representación de personas de talla baja. 

“Me gusta mucho la gastronomía, es mi pasión, pero también quiero luchar por los derechos de los discapacitados, a mí me ha costado mucho y quisiera que para los que vienen sea menos complicado”. Por eso también es activista desde los 14 años, como parte de la asociación civil Fundación Gran Gente Pequeña de México. 

También dice que su mejor etapa social es esta, porque en las anteriores, sobre todo en primaria y secundaria sufrió bullying. En cambio, ahora tiene buenos amigos.

Ángel con sus amigos Bryan y Diego
Ángel con sus amigos, Bryan y Diego. Foto: Alexa Herrera | N+

Bryan y Diego son sus amigos. “Es una oportunidad de conocer más de las personas con discapacidad y de cómo él va dejando claro que no tiene impedimentos y pelea por la inclusión”, apunta Diego. 

Por ahora, Ángel está entusiasmado: este 20 de mayo se aprobó una iniciativa en el Congreso de la Ciudad de México para implementar en el transporte público lo que se conoce como escalón universal —de 15 centímetros— en el transporte público. Un pequeño ajuste que, para las personas de talla baja, hará una gran diferencia. Aunque habrá que ver los desafíos de su implementación y cuánto tarda esta.

Y falta mucho más, falta llevar esto a la práctica e implementar más elevadores, más rampas y banquetas en buen estado. Y falta, dice Ángel, respeto y empatía. 

“Yo de niño sufrí mucho bullying y maltrato, he tenido que estar en terapia mucho tiempo para lidiar con eso, ahora todavía me toca lidiar con las miradas y el morbo de la gente, a veces cansa, pero hay que seguir, hay que ganar espacios y hacerlo de forma digna”. 

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