'La Madre Que Ya No Soy': Seis Años de Buscar A un Hijo
Andrea Vega | N+
¿Cómo afecta la desaparición de un hijo la vida y la esencia de una madre? Esta es una mirada a la travesía de Lucía Rico para seguir pese a la pena y dar la batalla por encontrar a Rodrigo.

Lucía dice que quiere encontrar a su hijo, aunque sea un fragmento, aunque sea una de sus prendas. Foto: Alexa Herrera | N+
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Lucía Rico Fernández dejó de ser la madre que horneaba pasteles, inventaba espaguetis y reía fuerte. Desde la desaparición de su hijo Rodrigo, en 2019, su vida se transformó en una lucha incansable por hallarlo. En su cocina, y en su vida, todo cambió.
Sus revistas de repostería están guardadas. Se apagó su pasión por la gastronomía. Quien más disfrutaba y festejaba sus platillos y postres era su hijo, pero no escucha esos elogios desde hace casi seis años.
Su ausencia también esfumó a la mujer y madre que Lucía era.
Rodrigo Rico desapareció el 29 de septiembre, cuando iba en una peregrinación a Chalma, en el Estado de México. Su rastro se perdió en el bosque del Ajusco, ubicado en la alcaldía Tlalpan, en la Ciudad de México. Iba con unos vecinos, ellos declararon que Ricardo se sintió mal en un punto de ese bosque y les dijo que se quedaría ahí, no volvieron a verlo.
“Hacía pasteles, hacía pudín, hacía flanes, fresas con crema, inventos de espagueti a la boloñesa, espagueti a los siete quesos... comida de chef. Hacía lomo a los siete chiles, barbacoa, birria. Ahora ya no”, dice Alejandra Rico Fernández, su hermana.
El mundo laboral de Lucía también cambió. Antes trabajaba con alegría, en su puesto de venta de banderillas coreanas, en el centro de la Ciudad de México. Ahora va porque necesita aportar para el sostén de la familia, para sacar adelante a su hija menor, de 15 años, Ana, pero va sobre todo para sacar recursos para seguir buscando. “Subir al Ajusco cuesta”, dice.
Una madre exigente
Tampoco es la misma mamá. Está presente, pero nostálgica siempre, se volvió desconfiada, le pide a sus hijos no fiarse ni de los amigos, y les exige no dejar de buscar a su hermano.
“Yo siento que a veces les exijo mucho, porque siempre les digo: si yo llego a faltar, el gran favor, no dejen de buscar a mi hijo”.

Su hermana Alejandra recuerda que antes de la desaparición de Rodrigo, Lucía hablaba fuerte, reía alto. Ahora habla bajo, a veces en un susurro, ríe a medias, con la pena por dentro. “En esencia y presencia cambió, de 360, dio un giro digamos de 200”.
“Ahora le preguntas, ‘¿Dónde andabas?’ Y te dice, ‘fui al campo a buscar.’ Ah, ¿cómo te fue? ‘Pues bien.’ Pero ya no te platica con ese entusiasmo de antes”, comenta Alejandra.
Lucía no está sola en este duelo que no cesa. Como ella, miles de madres en México han visto transformada su vida entera tras la desaparición de un hijo. Cambian sus rutinas, sus trabajos, su forma de relacionarse con el mundo. Se apaga la risa, se desarma la familia, se rompe el alma. El impacto no es solo individual, es estructural y colectivo: cada madre buscadora carga con su propia tragedia, pero también con el peso de un sistema que, por años, ha fallado en buscar y en escuchar.
La promesa
Lucía resume el impacto de la desaparición de su hijo en una frase: “la Lucía que era ya no existe”.
En su lugar hay otra, una que una noche le hizo una promesa a su hijo, que nadie la vería llorar, guardaría las lágrimas para su interior y para los ratos a solas, y hacía afuera, mostraría pura fuerza y coraje para encontrarlo.
“Por esa promesa a él me he ido haciendo fuerte por fuera y no me voy a cansar de buscarlo hasta encontrar algo, algo, algo tengo que encontrar. Algo”.
Pero no llorar en estos días se le hace difícil, las lágrimas quieren salir, es mayo, es día de las madres y Rodrigo no está. El 12 de Mayo es el cumpleaños de Lucía y Rodrigo no está.
En días pasados se anunció una nueva estrategia de búsqueda en la Ciudad de México. Para Lucía, es un recordatorio doloroso de todo lo que no se hizo en el caso de su hijo y en el de la mayoría de los desaparecidos. Pero también, una chispa de esperanza.
Lucía quiere creer, dice, que los funcionarios harán su trabajo y que otras familias no pasaran por lo que ella ha pasado, que encontrarán pronto a los suyos y que desde las instituciones podrán ocuparse más de los casos de larga data, como el de ella.
Ahora sí van a buscar
La estrategia del Gobierno de la Ciudad de México para los años 2025-2030 promete cambios sustanciales: habrá una ventanilla única para atender los casos, más presupuesto, búsqueda inmediata, diferenciada y por patrones: un gabinete de alto nivel y un gabinete metropolitano de búsqueda coordinado con otros estados; tomas de ADN oportunas; todo ágil y eficiente, según se lee.
En casi seis años, Lucia no tuvo nada de eso para su hijo. En lugar de poder acudir a una ventanilla única para iniciar y seguir su caso, cuando fue a denunciar la desaparición de Rodrigo acusa que la trajeron de una oficina a otra, de la subdelegación de Santo Tomás Ajusco a la de Ajusco Medio, y de regreso, la mandaron después a Capea (la antigua dependencia de búsqueda de desaparecidos), hasta que por sus medios y preguntando llegó horas después a la Fiscalía correcta.
Rodrigo no tuvo una búsqueda inmediata. Lucía les pidió a los autoridades que la policía, los bomberos, una brigada de búsqueda, subieran al Ajusco a buscar a su hijo, pero le dijeron que en el lugar hacía siempre rondines la Comisión de Recursos Naturales y Desarrollo Rural, que ellos avisarían si encontraban algo. No lo encontraron y no se hizo nada más, denuncia.

Quienes empezaron a buscar a Rodrigo fue su familia: Lucía, su esposo y sus otros cuatro hijos. Primero todos los días, después cada quince días y luego una vez al mes, a rastrear, repartir fotos, volantes, pegar lonas.
Lucia tampoco tuvo imágenes de cámaras de seguridad, no se las dieron nunca, que no había, que estaban descompuestas, que no eran 360 grados. Le han cambiado numerosas veces de ministerios públicos. Las muestras de ADN se las tomaron dos años después y hasta un año más tarde le entregaron los resultados.
Tener en la carpeta de investigación las huellas dactilares de su hijo ha sido una lucha, describe. El Instituto Nacional Electoral (INE) le dijo que no las tenía. Tras meses de un proceso legal, se las entregaron.
La esperanza
Pero Lucía elige creer, pese a todo. Hasta se volvió parte del Consejo Ciudadano de Búsqueda de la CDMX. Eso sí no ha cambiado en ella, dice que no es activista pero le gusta ayudar y siempre le gusto participar en lo que la mantuviera cerca y al tanto de sus hijos, “era vocal en la escuela, vicepresidenta”.
Así que se postuló para el Consejo , la eligieron junto con otros 12 integrantes, entre familiares de desaparecidos, activistas y académicos, que se reúnen una vez al mes para analizar el trabajo de las autoridades y las necesidades de las familias y hacer propuestas.
Pero la labor pega contra muro. Ellos proponen cosas y las autoridades les dicen no, esto no se puede. “Avanzamos uno y retrocedemos 10”.
Aunque no le gusta el mote de activista, Lucía sostiene una batalla por mejorar los mecanismos de búsqueda y unir a otras madres buscadoras.
No tiene colectivo, ha elegido caminar sola. Cuenta que eso es porque a veces su trabajo no le permite estar presente en todas las actividades a las que se les exige acudir a estos grupos, como pega de fichas, reuniones con autoridades, pero también desliza que no le gusta que haya varios grupos.
Lucia dice que a ella le bastaría encontrar aunque sea un fragmento, una prenda. “Cuando subo a campo, busco encontrar un huesito, su playera, sus tenis, su sudadera, encontrar un rastro de él, que él me ponga una señal y me diga aquí estoy, porque la verdad se lo he pedido hasta en mis sueños”.
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