Tlalcoyotes: La Brigada Comunitaria de Milpa Alta que se Enfrenta al Fuego, y a la Precariedad

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Andrés M. Estrada

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La brigada contra incendios protege parte de las 16 mil hectáreas de bosques de esta demarcación, una de las extensiones forestales más grande de la capital del país

Tlalcoyotes, brigada contra incendios.

Los Tlalcoyotes son una brigada forestal comunitaria que resguarda los bosques de Milpa Alta, en la CDMX. Foto: N+

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Una veintena de hombres y mujeres comienzan a concentrarse en el punto habitual, en Villa Milpa Alta, que es una enorme casa con carpetas llenas de documentos, donde reciben vía radio las novedades del día y los llamados de incendios. Portan su distintiva camisola amarilla, pantalón de cargo grisáceo oscuro y casco. 

Son los Tlalcoyotes, la brigada forestal comunitaria que resguarda los bosques de Milpa Alta, al suroriente de la Ciudad de México. Cargan mochilas al hombro. Llevan consigo palas, lámparas, machetes… herramientas que, aunque básicas, son cruciales para la defender del fuego a más de 16 mil hectáreas de pinos y oyameles. 

El grupo se prepara para un recorrido. Horacio Chavira, uno de los líderes, da indicaciones sobre la jornada con apoyo de un mapa pegado en la puerta. La indicación es hacer vigilancia desde el Cerro del Cilcuayo.

El vehículo que usualmente utilizan está descompuesto. Mario Ochoa, de alrededor de 40 años de edad, uno de los brigadistas y también productor nopalero, ha prestado el suyo. 

Mario es brigadista desde hace más de 5 años con los Tlalcoyotes. Pero su contacto con el bosque es más antiguo. Cuando estaba en la primaria, en vacaciones, su abuelo ya lo llevaba a reforestar. 

Pero entregarse a este oficio no es sencillo, sobre todo por las precariedades que existen, cuenta. 

No tenemos seguro de vida, no tenemos seguro médico, no generamos antigüedad ni prestaciones básicas, pero aquí andamos”, platica. 

Tampoco se les dota del equipo y herramientas adecuadas y certificadas. Ellos adquieren las que pueden, para las que les alcanza.

La brigada de los Tlalcoyotes toman sus herramientas. Foto: Andrés M. Estrada

Hacer comunidad para enfrentar el fuego

Una vez alistados, ocho de los brigadistas se acomodan en la camioneta para emprender el viaje cerca de las 3:00 de la tarde. Unos se acomodan en la cabina y otros trepados en la batea.

Atrás, en la caja de carga, el sol cala, pero el trayecto es tranquilo al transitar sobre la carretera Xochimilco - Oaxtepec, una de las rutas que comúnmente deben de tomar en sus rondines de vigilancia y en los llamados de incendio

Una vez que pasa la caseta de vigilancia, para adentrarse al bosque, el camino se torna terroso y la polvareda se levanta envolviendo los cuerpos de los brigadistas que viajan atrás.

Entre sobresaltos, Horacio Chavira, un tipo simpático y risueño, platica de muchas cosas, sobre el medio ambiente, libros, política y las peregrinaciones que hay desde Milpa Alta hasta el Santuario de Chalma, en el Estado de México

La brigada Tlalcoyotes se fundó en 2005, hace 20 años, cuando los pueblos de Milpa Alta convocaron a una asamblea para desconocer a sus dirigentes e invitaron a los habitantes a registrar sus planillas para efectuar elecciones. 

El padre de Horacio resultó ganador y, al tomar el cargo, decidió crear una brigada contra incendios e invitar a los jóvenes. Horacio en esas fechas apenas egresaba de la carrera de psicología y fue quien lo apoyó a reclutarlos.

Horacio
Horacio Chavira, líder de los Tlalcoyotes, a 3,500 metros de altura en los bosques de Milpa Alta, CDMX. Foto: Andrés M. Estrada

Al principio eran puros hombres. Dos años después surgió el interés de las mujeres. Fue difícil, al existir un prejuicio de que no podrían ni tenían la fuerza masculina. “Me enfrenté a críticas con los hombres. Decían: ‘Es que no van a rendir’. Y la verdad hasta ahorita les hemos demostrado que sí podemos realizar trabajos pesados”, dice Gabriela Díaz Cruz, otra de las fundadoras de la brigada.

Así poco a poco se rompieron los estereotipos patriarcales.

Cuando iniciaron los Tlalcoyotes no contaban con la ropa y equipo adecuado, pero pronto se armaron de un uniforme, botas, guantes, lentes y herramientas para que puedan desarrollar sus actividades de forma, relativamente, segura. 

El peligro ante las llamas

Luego de un trayecto de poco más de una hora, Mario detiene la unidad en una pendiente. El peso es demasiado, así que algunos de los brigadistas deben bajarse.

El siguiente trayecto es a pie: unos 300 metros o más hasta alcanzar la unidad que más adelante se ha estacionado. Aquí los brigadistas comienzan a tomar sus mochilas, agua y un comal para calentar sus alimentos, a un costado de la cabaña y torre vigilancia de vigilancia del Cerro del Cilcuayo, en la alcaldía Milpa Alta

Pasos antes de llegar, los ladridos de “La Negra”, indican a los 2 vigilantes –que pasan una semana arriba hasta que llega su relevo– que alguien se aproxima. Son cerca de las 4:30 de la tarde y a 3,500 metros de altura, desde la torre, se divisan parte de los pulmones de la Ciudad de México, lo mismo que una leve humareda de un incendio a varios kilómetros que fue extinguido por otro grupo desde la mañana.

–¿Que se siente al momento de enfrentar un incendio forestal? –se le pregunta a los brigadistas.

“En mi caso es un grado de adrenalina, cuando llegas y te enfrentas a incendios donde el aire está arriba de 10 kilómetros por hora y tienes llamas de un metro y medio, o dos, ya es muy difícil pararlos”, detalla Horacio Chavira, de 43 años de edad.

Los Tlacoyotes combatiendo un incendio. Foto: Tlalcoyotes

La velocidad del viento no es difícil de imaginar, mientras conversamos arriba de la torre se siente cómo impacta en el cuerpo y mueve la estructura de metal.

Rodolfo Robles, su colega, coincide: “Es la adrenalina de llegar y se levantan bastante las flamas, implica peligro. Riesgos de que debemos cuidarnos unos a otros para que todo salga bien, y se queme lo menos posible para cuidar la naturaleza, los árboles, las plantas, los animales que se encuentran dentro de este hábitat.

El conejo teporingo, cacomixtle, gallina de monte y venado cola blanca son parte de la biodiversidad endémica de la zona.

"La adrenalina me emociona, me gusta ir a combatir (el fuego). Es un reto y es mi pasión andar aquí en el bosque”, agrega otra de sus compañeras, Lourdes Hernandez Tapia.

Ella es madre soltera de un hijo, el que cada que sale a trabajar le dice: ‘Mamá, cuídate mucho, porque sabes que te estoy esperando en casa’.

También es toparse con situaciones complicadas ante la densidad del humo. “Hemos tenido que sacar gente (compañeros) por intoxicación o por la imposibilidad de respirar. Es una experiencia muy complicada. A mí sí me ha llegado a desesperar, que de plano he tenido que delegar mi cargo y decirles: ‘¿Saben qué? Me salgo’. A veces esas condiciones también hay que valorarlas”, describe Chavira.

Hay muchos riesgos. Aquí no tenemos un equipo especial, como dice el compañero, para cubrirnos el fuego. Lo hacemos a base de herramientas, pero a lo mejor un día no hay ni una pala, pero con ramas vamos a apagar el incendio”, expone Paula Ríos, de 52 años de edad. 

La lucha es también contra la precariedad

Los compañeros de Horacio han encendido la lumbre para calentar los alimentos que han llevado. En el comal colocan longaniza, nopales y tortillas. Otros sacan sus tuppers con huevo, verduras y hasta queso de puerco.

Chaviera, mientras, cuenta que el fuego es apenas uno de los enemigos de la naturaleza al que se han enfrentado. Los otros son los talamontes, cazadores y las precariedades con las que trabajan los guardianes del bosque

“En Milpa Alta llegó a haber 65 aserraderos clandestinos. En un intento por querer combatir ese tema se hacían recorridos y brigadas”, expone. “Camioneta que se encontraba, camioneta que se le ponchaban las llantas o se quemaban. Estos mismos taladores lo que hicieron fue emboscar a las brigadas y también nos quemaron tres camionetas”.

Luego la hostilidad de los taladores creció.

A unos compas incluso los secuestraron, los pusieron todos pecho tierra y con la motosierra se las fueron poniendo al lado de la cabeza”, recuerda sobre las amenazas a sus colegas que después soltaron. “Algunos de ellos ya nunca quisieron seguirle en la brigada. Decían: ‘Por lo que nos pagan y para dar la vida aquí ni vale la pena’”, rememora.

Los Tlalcoyotes apenas reciben un apoyo de un programa social mensual, que otorga la Comisión de Recursos Naturales y Desarrollo Rural (CORENADR). Este año apenas lo subieron 6 mil 600 pesos, pero no cuentan con prestaciones –ya que no se reconoce una relación laboral.

Además, deben cubrir los gastos de su equipo.

“Es complicado comprar un equipo certificado aquí, y que sea económico. Una camisola te anda costando 2 mil pesos; un pantalón 3 mil; un par de botas te cuestan hasta 6 mil las certificadas”, detalla Mario Ochoa. 

A esto se suma que el casco más económico lo ha conseguido en 500, pero son de personas que han abandonado la labor. “En Amazon me parece que está como en 1,600, hasta en 2 mil el certificado, porque hay los de ferreteria que no cumplen con la norma, pero te protegen de algo. A veces hay que improvisar”, expone.

Tlalcoyotes
La brigada de los Tlalcoyotes apagan un incendio con paladas de tierra. Foto: Tlalcoyotes

El líder de los brigadistas lamenta que las fuerzas de seguridad no atiendan los llamados por delitos ambientales. “A la fecha sólo ha habido un comandante de zona que es el único que le ha entrado al quite. Subía con nosotros a los operativos”, cuenta Chavira, al momento que una de las brigadistas se acerca para indicar que es hora de comer. La tradición de Los Tlalcoyotes es que los invitados den las gracias por los alimentos y se hagan el primer taco. 

Pasan de las 6:00 de la tarde y es hora de bajar.

Comienza a oscurecer durante el trayecto en la camioneta. Del interior del bosque se percibe un peculiar e inesperado sonido que aumenta de volumen. Son gallinas de monte, dice Horacio y sus compañeros. Enseguida uno de ellos, Germán, cuenta la historia del duende Cilcuayito, y que a los vigilantes que se quedan en la cabaña se les ha aparecido: “A uno se le sentó a su lado y otro lo vio bajando por la chimenea…”.

El regreso se torna ameno mientras los Tlalcoyotes se dirigen a la base en Villa Milpa Alta, para reunirse con sus otros compañeros, antes de irse a descansar para reponer fuerzas. Mañana ya será otro día, en que los brigadistas de nuevo enfundarán su uniforme y herramientas, listos para continuar con la protección de su bosque que los vio nacer y evitar que el fuego lo devore.

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