“Mi Madre es Adicta al Clonazepam”: Los Riesgos del Abuso de las Benzodiacepinas

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Andrea Vega | N+

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El testimonio de Martha expone cómo el abuso de las benzodiacepinas llevó a su madre a la demencia, y revela fallas críticas en el sistema médico.

 Siento que estoy perdiendo a mi madre en vida, dice Martha.

La historia de Martha es también una advertencia sobre la banalización del uso de medicamentos potentes. Ilustración N+

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A sus 83 años, la memoria de la madre de Martha se diluye. Sus palabras tropiezan entre sí, y su lucidez a veces aparece y desaparece como la señal de un televisor antiguo. Desde hace más de cuatro décadas, ha vivido envuelta en una niebla química que se volvió costumbre, alivio y condena: las benzodiacepinas. 

Martha, nombre ficticio para reservar su identidad, lleva años intentando salva a su madre, pero siente que pelea contra un sistema médico indiferente, contra una historia familiar de dolor y dependencia, y contra una madre que ya no puede distinguir la ayuda del control.

“Le acaban de diagnosticar demencia mixta: vascular y senil, pero es que ha tomado benzodiacepinas (un tipo de tranquilizantes) por casi cincuenta años”, cuenta Martha. 

Su testimonio revela no solo el deterioro de su madre, sino también las grietas de un sistema de salud que normaliza y perpetúa el uso de medicamentos que deberían manejarse con precaución.

Las benzodiacepinas son psicotrópicos que actúan sobre el sistema nervioso central y tienen efectos sedantes, ansiolíticos y anticonvulsivos, pero deben utilizarse por periodos breves y siempre bajo supervisión médica,  advierte Joaquín Casillo Joo, coordinador de Salud Mental y Adicciones del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS). 

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Agustín Torres Cid de León, psiquiatra especializado en adultos mayores, explica que estas pastillas no son inofensivas. Después de tres meses de uso continuo, incluso en dosis bajas, el cuerpo puede volverse dependiente.

En personas mayores, ese riesgo es aún mayor. Su organismo ya no metaboliza los fármacos con la misma rapidez, lo que provoca acumulación y efectos adversos más intensos: deterioro cognitivo, caídas, confusión.

Estudios recientes respaldan sus palabras. Una revisión publicada en Journal of Clinical Neurology encontró que el uso prolongado de benzodiacepinas en adultos mayores aumenta el riesgo de desarrollar demencia

Una adicción recetada

Un informe de la Secretaría de Salud sobre consumo de sustancias psicoactivas dice que una de cada ocho personas que consumieron alguna droga en el último año, usó tranquilizantes, como las benzodiacepinas. Este tipo de medicamentos se colocó como la cuarta sustancia más consumida en el país.

Además, el Observatorio Mexicano de Salud Mental y Adicciones reveló que en 2022 los tranquilizantes estuvieron entre las sustancias que más muertes provocaron, junto con el alcohol y el uso combinado de drogas.

Para la mamá de Martha, la adicción comenzó con una pérdida: “Mi abuelo murió el mismo año que yo nací, hace 50 años, y mi mamá se puso muy mal, cayó en depresión. Una tía que tomaba tranquilizantes le dijo que se tomara unos, y desde ahí, dijo: ‘de aquí soy’”.

Lo que siguió fue una historia de recetas médicas obtenidas con facilidad y complicidad: “Una doctora vivía enfrente, mi mamá nos mandaba a mi hermana y a mí de niñas con 100 pesos para que le pidiéramos la receta. ‘Es que pobre gente, necesitan las pastillas y no se las dan’, decía la doctora y nos la daba”.

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A lo largo de los años, el medicamento cambió de nombre pero no de propósito, hasta llegar al clonazepam. La madre de Martha siempre encontró un médico del sector privado que le diera la receta. “Iba al ginecólogo, le decía que no podía dormir, y se la daba. Íbamos al gastroenterólogo y se la pedía y se la daba, lo mismo el endocrinólogo, la geriatra. Incluso iba a consultorios de farmacias a pedirla, con la excusa de que su psiquiatra estaba de viaje, y se la daban”,detalla Martha.

En México, cualquier médico puede recetar benzodiacepinas, explica Joaquín Castillo Joo. “Según la legislación es posible, pero de preferencia deben recetarlas médicos como neurólogos, psiquiatras o internistas que están tratando problemas de salud que requieren un tratamiento integral con este tipo de medicamentos”.

Uno de los mayores problemas en el uso de benzodiacepinas, apunta Torres Cid de León,  es que la primera prescripción casi siempre proviene de un médico de primer contacto, y muchas veces se realiza sin una evaluación completa del paciente.

Por ejemplo, dice, si se prescribe porque el paciente tiene insomnio, lo que se debe hacer antes de recetarlas es encontrar el origen. “No basta con tratar el síntoma. Hay que estudiar si se trata de un trastorno depresivo, ansiedad, apnea del sueño, consumo de estimulantes o interacción con otros medicamentos y entonces dar un tratamiento integral, que incluya cambio de hábitos”. 

Martha llevó a su madre con dos psiquiatras distintos para que la ayudaran con la adicción y la depresión, le recomendaron empezar tratamiento con antidepresivos y reducir la dosis de benzodiacepinas. “Uno le recetó Citalopram, y mejoró. Pero decía que la tenía tirada, que le daba mucho sueño, y lo dejó. Se negaba a seguir con los médicos que no le daban lo que quería”.

Un grito de ayuda en el consultorio

En la pandemia, sola y aislada, Martha cree que su madre comenzó a consumir las pastillas en exceso y los efectos se exacerbaron. "Nos contaba cosas raras: que se comunicaba con un hombre a través del sol, que había visto una niña dormida en mi cama... salió a buscarla por la calle. El vecino la regresó a casa".

Martha grabó audios de su madre arrastrando las palabras. “Se los puse al endocrinólogo cuando fuimos a verlo, porque citaba a mi madre para revisiones todos los meses y ella aprovechaba para pedirle la receta de las pastillas, y le dije: ‘mire cómo se pone con el clonazepam’. Y aun así, le volvió a hacer la receta”.

Torres Cid de León hace un llamado urgente a la comunidad médica para evaluar con mayor cuidado la prescripción de estos fármacos. También enfatiza la importancia de informar a los pacientes sobre los riesgos de su uso prolongado. “No se trata de satanizar el medicamento, sino de respetar sus indicaciones, sus tiempos, y siempre priorizar un tratamiento integral que resuelva el problema de fondo”, dice. 

El diagnóstico

La esperanza de Martha de lograr alguna recuperación de su madre se terminó el día que les dieron el diagnóstico definitivo: demencia mixta —vascular y senil—. Recuerda que durante esa consulta el neurólogo le hizo a su madre preguntas básicas, como su dirección actual, la señora  no supo responder. También le pidió resolver una resta sencilla, pero no pudo hacerlo.

El médico hizo salir a la señora con la enfermera con el pretexto de que se aseara las manos y le tomaran los signos vitales, la verdad es que no quería que escuchara lo que les iba a decir a sus hijas. Revisó en su presencia la resonancia que había pedido y les dijo: “se ven manchas blancas en el cerebro donde debería estar gris, el diagnóstico es demencia mixta, vascular y senil”.

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Martha preguntó lo que le punzaba en el alma desde hacía tiempo, “las benzodiacepinas le afectaron”, El médico respondió que no eran la causa directa, pero sí un factor que había acelerado la atrofia cognitiva.

“¿Si deja el clonazepam podría mejorar?”, recuerda Martha que preguntó.  El especialista le advirtió que no era tan sencillo: su madre había desarrollado tal nivel de dependencia, y había tanta desregulación en el consumo —sin un control claro de dosis ni horarios—, que suspenderlo de forma brusca sería incluso más peligroso.

Cuando una persona ya ha desarrollado dependencia, dice Torres Cid de León, el tratamiento debe abordarse como una adicción: con terapia psicológica (preferentemente cognitivo-conductual), reducción progresiva de la dosis y en algunos casos el uso de medicamentos alternativos como anticonvulsivos, que tienen efectos similares pero menos riesgo de dependencia.

La última batalla: aceptar y acompañar

Martha reconoce el impacto emocional: “Lloré y lloré. Siento que estoy perdiendo a mi madre en vida. Ya no va a ser ella. Y tengo que aceptarlo”.

Martha busca ahora un lugar donde puedan atenderla. “No puede seguir viviendo sola. Pero ella no quiere vivir con nosotras ni entrar en una casa de retiro. Dice que sí, luego que no. Y mientras tanto, sigue tomando tranquilizantes que ya ni sabemos cómo consigue”.

La historia de Martha es también una advertencia sobre la banalización del uso de medicamentos potentes como si fueran pastillas para el dolor de cabeza.

“Yo sé que mi mamá ha tenido depresión toda su vida, y nunca se ha atendido bien. Ella cree que con eso controlaba su ansiedad. Pero no. Se fue perdiendo en vida. Y ya no sé si en tres meses nos va a reconocer”.

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