82 Minutos a 300km/h en un Avión de la Guardia Nacional en el Desfile Militar
Emilio Sánchez
Una crónica con periodistas, cubetas para vomitar y 102 aviones a 300 km por hora en el Desfile Militar con la Fuerza Aérea Mexicana

En total, el avión hizo cuatro pases sobre el Centro Histórico. Foto: N+.
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Todavía con el eco del Grito de Independencia en los oídos, los pilotos de la Fuerza Aérea Mexicana se preparan para el despegue. La cita es antes del amanecer en la Base Aérea Militar de Santa Lucía, Estado de México, donde están los 102 aviones y helicópteros listos para desfilar sobre la capital mexicana. Ahí llegamos los periodistas también, los que hacemos coberturas en general y otros más especializados en aviación.
Nadie vuela sin una prueba médica que avale una condición física adecuada. Nos pasaron dos papelitos: una carta responsiva y una hoja de antecedentes médicos. En la primera, deslindamos de toda responsabilidad a la Secretaría de la Defensa Nacional por cualquier acción que ponga en peligro o afecte nuestra integridad física. Al mismo tiempo, nos comprometimos a evitar captar cualquier material que pudiera “dañar la buena imagen del instituto armado”.
Para la segunda hoja, nos pidieron declarar un estado de ánimo tranquilo y estable. Escuché a uno de los militares hacer una precisión: “Nada de feliz, contento, emocionado”. Luego pasamos, tanto militares como civiles, con un especialista que midió y apuntó nuestros signos vitales. En mi caso, el médico no dijo mucho mientras me tomaba la presión, apuntó algunos números en mi papeleta y certificó que no tenía aliento alcohólico. A las 6:10 de la mañana me certificó como apto para volar.
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Después tocó la asignación de aeronaves. De los jets, aviones y helicópteros que desfilan, solo en algunos viajan los medios de comunicación. Esta fue la parte que tomó más tiempo. De una lista impresa, un militar leía nombre por nombre de cada periodista, con la aeronave que abordaría. Como los uniformados se mostraron abiertos a modificaciones, muchos comunicadores aprovecharon para cambiarse de avión. La lista final, intervenida con lápiz, tardó una hora en hacerse.
A bordo del CASA CN-235 de la Guardia Nacional
Nosotros subimos a un CASA CN-235 de la Guardia Nacional. Era el único avión de esta corporación en todo el desfile y resaltaba por su pintura beige entre otros azul oscuro. El CASA CN-235 no es muy grande, pero resulta útil en situaciones de crisis, como desastres naturales, cuando se activa el Plan DN-III-E, o para mover agentes de la Guardia Nacional durante enfrentamientos armados.

La nave fue piloteada por el capitán Juan, originario de Chihuahua, quien estaba al mando, y el primer oficial Miguel, del Estado de México. Formaban la clásica dupla en la aviación de un piloto experimentado y otro más joven. Junto a ellos, el resto de la tripulación la conformaron: el especialista técnico y subdirector de área, el soldado de la Fuerza Aérea y cuatro periodistas.
El avión no es nuevo, pero está bien mantenido, según el equipo de operadores. El técnico nos comentó que fue construido en 1987 y ha recibido todas las modernizaciones necesarias. Antes de ser de la Guardia Nacional, esta nave sirvió a la extinta Policía Federal. Hoy, quienes la operan pueden ser agentes de la Fuerza Aérea comisionados a la Guardia Nacional, elementos “de confianza” directamente contratados por la Guardia Nacional, o bien efectivos “de carrera” que fueron traspasados de la Policía Federal a la Guardia Nacional en su momento.
Por dentro, el avión luce austero. Al abordar, vemos dos filas de 14 asientos desmontables en cada pared, con cinturones y unas redes de respaldo que ayudan para sostenerse cuando hay turbulencia. La mayor parte del interior del fuselaje está vacío. Hay un botiquín de primeros auxilios cerca de la cabina con gasa, alcohol, y sales para oler y prevenir mareos. También dos filas de ventanitas pequeñas, unas más sucias que otras, pero no entra mucha luz.
El capitán nos hizo una breve introducción sobre lo que pasaría. Con confianza y acento norteño, afirmó que se necesitaría una combinación de factores muy desafortunada para que fallaran los dos motores del avión, obligando un aterrizaje forzoso. Incluso podríamos completar el viaje con un sólo motor funcionando, resaltó.
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El riesgo real, dijo sin profundizar demasiado, estaba en la cercanía que tendríamos con las demás aeronaves. Nuestra escuadrilla estaría conformada por ocho aviones. También advirtió que podíamos padecer mareos y vomitar, para eso había bolsas de plástico y una cubeta en la esquina.
El despegue de las aeronaves fue diferenciado durante un lapso de dos horas. En la cabina del CASA CN-235, una hora antes del ascenso, los capitanes escuchaban una canción de rock, Trouble Ahead de Little Hurricane, específicamente un performance en vivo de 2012. El coro que dice “cuidado atrás, vienen problemas, mira hacia adelante y corre”, sonaba desde un celular. El primer oficial sólo movía la cabeza con el ritmo, concentrado. Parecía la escena del inicio de una pelea por un campeonato mundial, un boxeador a punto de subirse al ring.
En punto de las 11:20 de la mañana despegó el avión, integrándose a una de las últimas formaciones del desfile, con dirección hacia el centro de la Ciudad de México.
La experiencia en el aire: riesgo, mareos y vistas únicas
Ya en el aire, una compuerta trasera del avión se abrió para permitir la vista hacia otras aeronaves de la formación. Esto metió frío y creó ruido, casi no podíamos escucharnos entre nosotros. Para acercarnos a esa ventana y hacer fotografías, teníamos que ajustarnos un arnés al cuerpo que, al mismo tiempo, está sujetado al suelo. Los más intrépidos asomaron la cámara al vacío. Yo no.

En la cabina frontal había un asiento plegable para sentarse entre los dos pilotos. Este lugar ofreció la mejor vista hacia el Zócalo capitalino durante el desfile y nos lo turnamos entre los periodistas. Convenientemente, hacía un día claro y soleado, en contraste con las lluvias intensas de los días anteriores.
En total, el avión hizo cuatro pases sobre el Centro Histórico, desde donde se apreciaron el Palacio Nacional, el Templo Mayor y las multitudes. Uno debe ser ágil para capturar imágenes de este lugar, pues la escuadrilla lo sobrevuela por, a lo mucho, diez segundos. Luego, todos los aviones dan una vuelta de seis minutos, estrictamente cronometrados, para volver a hacer un pase. Esto ocurrió entre las 11:52 y 12:10 horas.
Las maniobras y vueltas provocaron algunos mareos entre los tripulantes menos experimentados. Varios tuvieron que recostarse en el camino de regreso a Santa Lucía. No fue nada grave: la cubeta no fue necesaria. Casi nadie habló en el trayecto, poco había que decir después de aquella experiencia. El vuelo duró una hora y veinte minutos, acorde con lo planeado, y el avión tocó tierra a las 12:22 del día.
Aún en sus asientos, los pilotos coincidieron en sentirse aliviados por haber pasado esta prueba. Las prácticas que habían realizado para llegar al desfile, que iniciaron a principios de agosto, rindieron frutos. Como primer acto protocolario, es obligatorio “dar novedades” al líder de su grupo de aviones, en este caso el Teniente Coronel Aldana, lo que significa informar del estatus del avión y cualquier detalle relevante sobre el viaje.

Después del evento, ambos pilotos regresaron en el avión CASA CN-235 al Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, donde está su base. Saldívar dijo que iría a casa a ver una película y relajarse. Herrera buscaría a su esposa para salir a comer algo.
A los periodistas nos sentaron en el mismo lugar donde, horas antes, hicimos fila para el examen médico. Para un último discurso, nos abordó un general del área de comunicación social de la Sedena. Repitió las frases que evocan la postura del gobierno actual, diciendo que el ejército es “pueblo uniformado” y que Santa Lucía era “nuestra casa”. Al no haber planeado un cierre para su oratoria, puso el punto final con un fuerte aplauso que la mayoría de los periodistas repitió.
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